lunes, 25 de mayo de 2009

Réquiem para un luchador: el 25 de mayo de 1974 moría Arturo Jauretche


La nota que Jorge Abelardo Ramos escribió en La Opinión para rendirle homenaje.

El auge del terror anónimo ha hecho olvidar en los últimos años la "patriada" criolla.

Acaba de morir uno de sus héroes que, como Hernández, luchó con las armas en el campo y luego escribió el romance de la batalla. El propio Arturo Jauretche, en su poema "El paso de los Libres", que prologó Jorge Luis Borges en 1933 y yo mismo en 1960, alude a su paisano Julián Barrientos, quién relata la jornada revolucionaria porque "anduvo en ella".

La “patriada” consistía en una revolución civil o militar, o una mixtura de ambas cosas, herencia de la guerra civil en la patria vieja, que la proscripción del radicalismo haría fortalecer después de 1930. Se "levantaban" con todos los elementos comprometidos y luchaban en pos de la victoria. Como empezaba la década infame, en realidad combatían en pos de su derrota. Jauretche, soldado en el levantamiento de Corrientes, cayó prisionero después del encuentro de San Joaquín. La decepción que produjo en su espíritu la cobardía del radicalismo del City (hotel donde vivía Alvear a su regreso de Europa y donde parasitaba la "flor de la canela" del radicalismo alvearista) lo impulso a reflexionar sobre el destino del movimiento fundado por Yrigoyen. El caudillo acababa de morir. Con sus restos mortales, en aquella fría tarde de julio, parecía sepultarse para siempre el radicalismo histórico.

Creo no equivocarme si digo que como el padre de Martín Fierro, el combatiente de Paso de los Libres meditó sobre el significado de su derrota y en esa prisión militar realmente nació el político. Porque Jauretche fue ante todo un político, condición desacredita en nuestro país por la vacuidad doctoral, la estudiada reserva y la banalidad verbalizada de tantos Fidel Pintos que pululan en la vida pública argentina.

Cuando al día siguiente de su muerte supe por prensa y algunos oradores que Jauretche había sido un escritor, comprendí cuán rápidamente la posteridad inmediata deforma la historia antes de escribirla. En realidad, el publicista ocultó al pensador, el hombre de letras al político, el fosforescente ingenio a la sustancia de su genio. La gente que lo conoció por la televisión atribuyó proyectivamente a Jauretche su propia frivolidad. Recordemos la crónica de La Prensa al morir Yrigoyen: "Ayer falleció en esta capital Don Hipólito Yrigoyen, que fuera comisario de Balvanera y dos veces presidente de la República". Si Yrigoyen era un comisario retirado, Bonaparte podría haber sido un turista que redactó el Código Civil y Perón un conocido autor de media docena de libros, entre otros, La Comunidad Organizada.

Jauretche fue algo más transcendente que su cautivante personalidad cotidiana, más profundo que el admirable conversador imposible de olvidar por todo aquel que lo haya conocido. Era el eslabón vivo que enlazó al yrigoyenismo declinante con el surgente peronismo. Estableció con sus actos, su palabra y ocasionalmente, su pluma, la íntima relación dialéctica entre ambos movimientos nacionales.
Fue la conciencia activa de que todo moría y nacía en 1945. El peronismo sería inconcebible en su primera fase sin el pensamiento y la acción de Jauretche, que le transmitía la tradición del nacionalismo democrático procedente de las más antiguas raíces.

Al buscar la resurrección histórica del radicalismo, Jauretche se encontró con la irrupción del peronismo. Eran otras clases sociales, otro caudillo, otro eje político-social. Pero bajo un nuevo ropaje se trataba de algo parecido a aquello que Jauretche había pugnado tantos años por traer al mundo. Aunque la cosecha que en 1945 se presentó a la vista del fundador de FORJA fue descomunal, pues la prédica se trocó en multitud, personalmente lo sintió como un fracaso.
El movimiento nacional al que Jauretche tanto había contribuido.

De su marginación política, nació su ingreso a la República de la Letras, cuando al caer el peronismo en 1955 no había nadie para defenderlo a no ser el mismo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz en 45 y Qué y nosotros en Lucha Obrera.
Satirizó con inigualable poder disolvente a la petrificada y apolínea literatura de la factoría, a ese gélido mundo procedente de Paul Groussac y Enique Rodríguez Larreta que había venido a parar a Borges. A la literatura cortesana, inclinada ante la supremacía terrateniente y enferma de anglofilia, opuso Jauretche la risa de Rabelais (o de Mansilla). Diría que en su estilo verbal y escrito hasta había algo del desenfado de Sarmiento en este adversario del autor de Facundo. Realizó la tarea de demolición político-estética que era imperioso hacer ante la cultura aristocrática y logró conmover en sus gustos a las clases medias que en esa esfera, como en todas las demás, copiaban a la oligarquía.

Pero su musa perpetua fue la política. Comprendía, como pocos en la Argentina, sus cambios bruscos, con frecuencia su inescrutable carácter y su peculiar ingratitud.

Era uno de esos raros argentinos que sabía advertir detrás de un conservador a un posible alsinista, o que la palabra comunista no constituía ninguna garantía de una política revolucionaria, así como recordar lo que hubo de eco popular en aquellos demócratas de Córdoba que procedían del juarismo o qué diablos significaban los autonomistas de Corrientes y por qué sus hijos en la Facultad de Derecho correntina podían trajinar como izquierdistas mientras llegaba el momento de hacerse cargo de la estancia.

Conocía la Patagonia y su fauna, la Puna y su viejo dolor; demostraba con extrema simplicidad el mecanismo íntimo del comercio de exportación e importación, y era capaz de revelar diáfanamente la desintegración de la pampa húmeda, que permitía descifrar el poder económico de la oligarquía bonaerense y al mismo tiempo su formidable parasitismo, así como su resistencia a invertir.
La categoría que Marx emplea en El Capital fue utilizada luego por Jauretche en sus escritos.

Su prosa se emparentaba con la antigua tradición argentina de Hernández, Sarmiento, Mansilla, Wilde, Fray Mocho. Era literalmente una prosa hablada, pues Jauretche rara vez escribió. Dictaba siempre, después de imaginar los artículos, sus argumentos y ocurrencia. Conocí muchos artículos que me contó y que no llegó a publicar porque no tenía una dactilógrafa a mano. Cuesta pensar que este hombre extraordinario ya no existe. Además, es preciso admitir que la hegemonía cultural oligárquica, contra la que tanto luchó Jauretche, ha sido destruida pero no ha sido reemplazada por otra.

Por esa razón, la muerte de Jauretche no ha conmovido al país y las juventudes, aún las que se dicen revolucionarias, no han dicho ni pío. Es cierto que el pueblo ha recuperado el poder. Pero en el orden de la cultura y de los valores seguimos pidiendo permiso a Francia para abrir un libro. Cuando las obras de Jauretche circulen por los colegios nacionales y Universidades con la misma profundidad con que hoy circulan obligatoriamente tantos ladrillos encuadernados, podrá decirse que el reflejo intelectual de las patriadas y de los ideales nacionales ha entrado por fin en la formación de las nuevas generaciones argentinas.

Por eso no puedo decirle adiós a Jauretche: lo "tendrán en su memoria / para siempre mis paisanos".

Jorge Abelardo Ramos

Texto publicado en el diario La Opinión el 30 de mayo de 1974

Fuente El Argentino

2 comentarios:

Anónimo dijo...

desconocía la fecha de la muerte. Hoy es luto en serio.

Ester Lina dijo...

Gracias por recordar la fecha. Debiera yo lñeer un poco más a este tipo, solo leí su "Manual de las zonceras criollas" y las citas que siempre aparecen en los blogs, como ésta, que me encanta, porque es tal cual como sucede: "El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza."
Te mando un abrazo!

Soy la mierda oficialista

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